Entre las diferentes causas que rigen y dirigen la conducta humana, la opinión de los demás congéneres tiene una fuerza y peso fundamental.
La envidia y el síndrome de Solomon son dos caras de la misma moneda, por un lado la frustración ante el éxito ajeno y por otro el esfuerzo por evitar críticas y ocultar así nuestro propio éxito.
El ser humano es social por naturaleza, y es de esperar que su necesidad por pertenecer a un grupo, por ser apoyado y arropado por el grupo, por recibir cariño y aprobación, le lleve a modular su conducta para encajar en el grupo. ¿Pero hasta qué punto somos libres de decidir? ¿Cuándo dejamos de ser y nos boicoteamos a nosotros mismos por encajar en el grupo? ¿Qué nos lleva a envidiar el éxito ajeno?
La envidia
Empecemos por comprender la envidia. La envidia es una sensación que aparece ante el éxito de los demás. Es una sensación compleja en la que mezclan diversas emociones: rabia, enfado, tristeza,… La envidia es frustración que nos entristece, que nos hace enfadar y experimentar rabia.
La envidia se produce al observar el éxito en los demás. Ese éxito nos devuelve una imagen de lo que no tenemos y nos gustaría tener. El éxito ajeno recuerda el propio fracaso, lo hace más real y palpable. La frustración experimentada en ese momento, es la base de la envidia. Aceptar la propia frustración y reconocer el propio fracaso duele y es más fácil, en estos casos, criticar al otro, enfocar el enfado hacía aquél que consigue lo que se anhela.
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