Cuando nos enfrentamos a la tarea de educar a los niños y niñas, son muchos los dilemas que pueden asaltarnos. Todos queremos lo mejor para los pequeños y tratamos de evitarles sufrimientos. Los niños y niñas están en un periodo de desarrollo y necesitan para completarlo, vivir sus propias experiencias y afrontar sus problemas.
La protección es algo natural, adaptativo, instintivo y necesario para la supervivencia, pero debemos encontrar un equilibrio para que la protección le permita autonomía, maduración y crecimiento. No se trata de exponerlos a peligros y sufrimientos, se trata de dejarlos crecer y madurar. La sobreprotección tiene consecuencias negativas, no dejamos a los niños/as crecer y completar su maduración psicológica y desarrollo.
Padres y madres sobreprotectores
Es natural proteger a los hijos/as, es un instinto necesario para la supervivencia. Pero protegerlos consiste en dejar que los niños y niñas crezcan y maduren, que se enfrenten a problemas, que se equivoquen y sufran, pero que tengan la seguridad de que sus padres siempre están ahí para ayudarles.
Los progenitores sobreprotectores están de forma continua pendientes de sus hijos/as, evitando que se expongan a situaciones conflictivas, angustiantes o dolorosas. Toman sus decisiones, les hacen los deberes si lo necesitan, les dan todo lo que piden para evitarles la frustración, no les dan tareas del hogar, etc. Los padres y madres piensan que con su actuación protegen a los pequeños de los disgustos de la vida, pero consiguen el efecto contrario. Las emociones negativas, como la frustración, la angustia y la pena, han de experimentarse como forma de aprendizaje y maduración psicológica, es la manera de entrenar las fortalezas que les permitirán ser adultos seguros y fuertes para enfrentarse a los problemas.
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